Hablar de diversidad, equidad e inclusión se ha vuelto parte del discurso cotidiano en muchas organizaciones, lo cual está bien en principio. Se diseñan campañas, se crean comités, se lanzan protocolos y, con frecuencia, se cree que con eso ya está todo resuelto. Sin embargo, hay un concepto que pocas veces se nombra, y que en realidad es el corazón de todo este enfoque: la pertenencia. Sin pertenencia, la inclusión se queda a medias; sin pertenencia, el cambio no es profundo ni sostenible, la diversidad no se entiende y por ende la equidad termina siendo una utopía.

Pertenecer no es simplemente estar. Pertenecer es sentirse parte. Es saber que no tienes que esconder quién eres para encajar, que no tienes que traducirte, corregirte, disimularte o “caber”. La pertenencia es lo que permite que las personas puedan ser ellas mismas en un entorno de trabajo, con la libertad de expresarse, de participar, de equivocarse y de brillar. Es, en últimas, la manifestación más tangible de una cultura organizacional incluyente.

Y es aquí donde muchas estrategias fallan. Se reconoce la diversidad —es decir, se acepta que hay personas distintas en la organización—, se crean acciones de equidad —para intentar balancear oportunidades—, y se implementan iniciativas de inclusión —para “invitar” a participar—. Pero se olvida que incluir no es suficiente si las personas no se sienten parte real del espacio.

La verdadera inclusión no ocurre cuando alguien llega a la empresa; ocurre cuando esa persona puede quedarse con dignidad y sentirse valorada.

La pertenencia exige mirar más allá de los números y los formatos. Nos obliga a preguntarnos si existen barreras que, aunque invisibles para unas personas, son infranqueables para otras. Hablamos de barreras físicas —como las que enfrentan las personas con discapacidad o quienes envejecen y necesitan ajustes razonables—, pero también de barreras culturales, simbólicas, emocionales. Comentarios hirientes, estereotipos normalizados, prejuicios silenciosos: todo eso erosiona la sensación de pertenencia.

Y cuando no hay pertenencia, el clima laboral se resiente. Porque una persona que no se siente segura en su entorno de trabajo no puede dar lo mejor de sí. Trabajar se convierte entonces en un ejercicio de supervivencia. En vez de innovar, resistimos; en vez de aportar, nos protegemos. Por eso, hablar de pertenencia es hablar directamente del clima laboral.

Una organización que promueve el respeto, la valoración mutua, el reconocimiento de las diferencias y el trato digno, es una organización donde da gusto trabajar.

Además, la idea de pertenencia parte de reconocer algo fundamental: todas las personas somos diversas. No se trata de crear estrategias para “las personas diferentes”, como si hubiera una mayoría homogénea y algunas pocas excepciones. Se trata de comprender que la diversidad es la regla, no la excepción. Cada quien llega al trabajo con una historia, una identidad, un cuerpo, una emocionalidad, una realidad que debe ser reconocida y tenida en cuenta.

En este sentido, una empresa verdaderamente incluyente no solo actúa para cumplir con una cuota o una normativa. Va más allá. Valora, por ejemplo, el reto de las mujeres cuidadoras, o reconoce el impacto del machismo en la salud mental de los hombres. Entiende que no es lo mismo emprender un camino laboral siendo una persona joven en situación de discapacidad que siendo una mujer cabeza de hogar en una zona rural. Y actúa en consecuencia, creando condiciones reales de equidad y bienestar.

Humanizar los espacios de trabajo no es una moda. Es una necesidad. Y también es una estrategia inteligente. Las empresas que apuestan por construir culturas de pertenencia logran no solo mayor compromiso y satisfacción entre sus equipos, sino también mejores indicadores de productividad, innovación y sostenibilidad. Porque cuando las personas se sienten bien, trabajan mejor. Y cuando trabajan mejor, todo florece.

Entonces sí, hablemos de diversidad, equidad e inclusión. Pero no olvidemos que todo eso debe traducirse en pertenencia. Que la inclusión real no se mide en listas o formatos, sino en sensaciones. En la tranquilidad de saber que puedo entrar a mi lugar de trabajo y ser yo, con todo lo que soy. Porque solo cuando hay pertenencia, hay verdadera transformación.

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